viernes, 30 de diciembre de 2016

NO DECIMOS MÁS








CENIT



Francisco Urrea Pérez


Bajo tu mirada
suelo tener
sagrados encuentros
con el mundo
y conmigo mismo
en un aliento de eternidad. 




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ROMANCEROS




Francisco Urrea Pérez



Es la hora  del hielo
de abrigarme con mi corteza
de dejarme morir las hojas
de marchitarme.
El frío y el viento están de plácemes
y su inclemencia abraza mi desnudez.







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ABSTRAÍDA



Francisco Urrea Pérez




Estás en una playa desierta
con el horizonte todo
y la mar a tus pies.
No sé si descansas
o anónima te mueres.





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CERCANA



Francisco Urrea Pérez




Tantas veces gozànte
poniendo las plantas de mis pies descalzos
sobre tus  arenas.

Tantas veces deseándote
como si fuese la primera vez.

Tantas veces mirándote, 
de lejos, de cerca o desde mis sueños.

Tantas veces, hermosa.
Tantas veces, complaciente.



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SEMBLANTE



Francisco Urrea Pérez



Le miro; ancho e inmenso,
desnudo, notable y perverso.
Allí está mi alma 
y hay que salir a su encuentro.
Es la quietud y furia del eterno movimiento, bajo la contemplación distraída que sorprende.
El mar y la mar;  el gran océano.
Me  mira, y siento ése latigazo de sus olas en mis adentros. 
Gustoso se lo devuelvo.
Es la risilla grave del ermitaño viejo. 

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PALMERAS.

Francisco Urrea Pérez


Casi ofensivas se yerguen por sobre la cinta de la playa.

Echarme bajo la mirada libre y curtida de las palmeras  es tocar bajo el firmamento, la eternidad.

No es necesario morir para ir más allá de la vida, ni estar cerca de la muerte para saberse mortal.

Estas huellas sobre la arena marina son pisadas de vida. 

Goces y gozos que pronto el mar lavará.






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MUJER DE BRONCE








Francisco Urrea Pérez





Devoradora de miradas,
alardeas tu hermosura a plena desnudez.
Ícono del licencioso andar
y despojada de escrúpulos,
revientas la sed de exquisita tentación.





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OCASO

Frnacisco Urrea Pérez


Te vas despojando del cielo
para hundirte,
tras la línea del infinito, en la mar,
con destino a las tinieblas.

Se va escuchando más fuerte y ronco el oleaje sobre la playa, para entonces,  dulce y plácida.

Desfalleces con la alegría del eterno retorno y las palmeras en su delirio, se suman a ése acto de entrega fantástica, donde flota la voz misteriosa del último de los silencios.

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MILENARIO RÍO Y OTRAS AGUAS.





Fancisco Urrea Pérez

Continúa la vida como un río
y el río nada sabe de sí mismo.
Es un río con otros ríos.
Ríos sin cauce
con sus aguas a cuestas
braceando amarguras
sobre una nostalgia tensa.




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ROMANCE DEL BOSQUE Y DEL SOL OCASO



Francisco Urrea Pérez




Si no vuelves,
Dónde irás?
Si no vuelves,
De mi vida qué serás?
Y, si no vuelves,
la puesta de mi vida sabrá extrañarte.






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  1. ROMPES EL AIRE POR ALTIVA


Francisco Urrea Pérez

Te miras en los ojos que te admiran y te alimentas con la yedra del tiempo que se abraza a tu batiente gesto.

Estar en tu seno es hallar la puerta que te esquiva, es sentirse propio donde se extasiaba ajeno.



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REGOCIJO

Francisco Urrea Pérez







No temen al amor
y menos
al bravo olvido.
Al largo y caprichoso viento
o quedarse sin abrigo.
Se saben 
apacibles, venturosas,
lisonjeras, dulces, 
maduras  y floridas.





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jueves, 8 de diciembre de 2016

ZARCEOS



MIEDO A MORIRTE.


Francisco Urrea Pérez 
El sudario
no es el paño
donde quedan
tus andanzas.
No temes a la muerte, lo sé;
pero no puedes morirte.
Con tu muerte,
deviene al patíbulo
tu vida y todas tus andadas.



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NECIO DOLOR.


Francisco Urrea Pérez

Se ha hecho terco con los años.
Ése dolor un día de olvido morirá.
No antes.
Ése dolor, es ya un dolor de tango.
Bruñido entre el Ginebra y el Champán.
Ése dolor no te conoce, ¿o sí?
No; no te conoce.
Solo eres
una flor de sauce  
en el camposanto.


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ZARCILLOS

Francisco Urrea Pérez
Hablan de ti.
A veces, enmudecen.
Casi siempre te veo con tus aretes o con tus zarcillos
Y entonces, lucen tan flamantes como tú.
Tú y tus aretes. Tú y tus zarcillos.
Eternamente juntos. 
Ese misterio de estar contigo 
y un tris lejos de ti.


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EPÍSTOLA


Francisco Urrea Pérez



He querido saber de mí; por eso quiero escribirme y por supuesto, leerme en voz alta y escucharme.

Verbalizar mis afectos en solitud, no me hace extraño,  se topa con el eco que hay dentro de mí, forajido.

Me encuentro atendiendo tres macetas de orquídeas, habitando mi casa de pueblo  ya vieja, ojeando los libros de hojas amarillentas, atacados por el gorgojo  y gozándome en el espejo del firmamento crepuscular.

No tengo gatos propios; son los ojos numinosos quienes irrumpen en mi estancia, parabién.

Una grabadora con sus tañidos cobija el espíritu; me permite oír los casetes en desuso y el provecto y leal equipo de sonido con su tornamesa me deja escuchar los acetatos.

Tengo un huerto en mi guitarra, donde voy sembrando mis cantares para que florezcan sobre mi propia ausencia.


Tras mi ventana, veo a las gentes caminar por la calle empedrada y a veces me acomodo en el dintel de  la puerta para saludarnos con el adiós.

Las miradas complacidas de las palmeras en mi patio, roban sin destino mis instantes.

No cavilan en mis catacumbas  seres de papel.



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